Prólogo

El terror psicológico se convierte en la herramienta principal de quienes manipulan la percepción de la realidad para mantener el control. Los límites entre la realidad y la ilusión se desdibujan, creando una atmósfera de incertidumbre y paranoia. La percepción de la realidad se vuelve un arma poderosa en la guerra psicológica que libra el culto contra sus víctimas y la sociedad en general.

El bien y el mal son más que simples categorías morales; son fuerzas dinámicas que dan forma a nuestra existencia. Cada persona, en cada momento, participa en este diálogo entre lo luminoso y lo sombrío, entre la construcción y la destrucción, entre el amor y el odio.

La pregunta fundamental no es solo qué es el bien o el mal, sino cómo elegimos posicionarnos ante ellos. En última instancia, el bien y el mal son espejos de nuestra propia humanidad, reflejos de lo que podemos llegar a ser en nuestros momentos más nobles y en nuestros instantes más oscuros. A través de nuestras elecciones, definimos el legado que dejamos, no solo para nosotros mismos, sino para las generaciones que vienen detrás.

Comprender el bien y el mal no es simplemente una cuestión de seguir reglas, sino de desarrollar una conciencia profunda sobre nuestras acciones y sus efectos en el mundo. Es un proceso que requiere introspección, empatía, y una voluntad constante de aprender y crecer.

En este viaje, no hay respuestas absolutas, solo una búsqueda constante por entendernos a nosotros mismos y a los demás, y por encontrar un equilibrio que nos permita vivir de manera plena y en armonía con el universo que nos rodea.

La transmisión comienza con Lucas y Adrián haciendo su aparición en pantalla, presentando a una niña vagabunda como la víctima de su reinado de terror. La cámara se enfoca en ella, atada a la silla de tortura, mientras sus capturadores se preparan para el ritual de sacrificio. La escena está cargada de una atmósfera opresiva, con los dos psicópatas alternando entre el papel de ejecutores y narradores de la barbarie.

—Esto es una muestra de nuestra obra maestra —anuncia Lucas con frialdad—. La llamo la niña más hermosa. Nuestro poder y control está por encima de todos.

A medida que el ritual avanza, Lucas y Adrián comienzan a ejecutar su macabro plan. La niña, a pesar de su valentía, no puede escapar de la escena que se desarrolla. La tortura es psicológicamente devastadora y físicamente brutal, diseñada para maximizar el sufrimiento de la niña y el impacto en los espectadores. Cada detalle está cuidadosamente calculado para provocar la máxima desesperación.

—La agonía de aquella niña es un espectáculo para los espectadores de ese perpetuo streaming —comentaba un espectador—. El propósito es doble: alimentar a su público y afirmar su dominio sobre la mente de todos nosotros.

La transmisión en vivo de la muerte de la niña vagabunda provoca una ola de horror y conmoción. Los seguidores del culto, lejos de sentir compasión, ven la ejecución como un triunfo del poder de Lucas y Adrián. El público en general, al descubrir la transmisión, queda traumatizado por la brutalidad de los actos y la impunidad con la que los psicópatas operan.

—El impacto psicológico de la transmisión es profundo —declaraba un analista—. La combinación de la violencia extrema y la visibilidad pública intensifica el miedo y el pánico.

La muerte de la niña en la habitación roja marca un punto culminante en la estrategia de terror de Lucas y Adrián. La brutalidad de sus actos genera un caos social, con manifestaciones de pánico, desesperación y odio en la comunidad. Las autoridades enfrentan un desafío monumental para mantener el orden y capturar a los responsables de estos horrendos crímenes.

La noche era densa y sin estrellas, como si el cielo hubiese sido pintado de negro por manos invisibles. Lucas caminaba por las callejuelas desiertas, su figura envuelta en la oscuridad, mientras su mente calculaba cada movimiento, cada detalle. Había llegado el momento de cerrar el círculo, de jugar su última carta.

A su lado, Adrián caminaba en silencio. La alianza que habían formado, tejida con pactos de sangre y secretos inconfesables, estaba llegando a su clímax. Lucas sentía la tensión en el aire, una electricidad que lo llenaba de una adrenalina oscura. Sabía que todo lo que habían hecho, cada asesinato, cada ritual, cada sacrificio, había conducido a este momento.

Frente a ellos, una casa solitaria se levantaba como una sombra más en la negrura. La luz de una ventana en el segundo piso parpadeaba, revelando la silueta de una mujer que caminaba nerviosa de un lado a otro. Ella era el objetivo final: Valeria, la periodista que había estado husmeando demasiado cerca de su red de mentiras y horrores. Desde varias semanas, Valeria había rastreado sus movimientos, había reunido pruebas, había comenzado a comprender el patrón en las desapariciones, en los rituales, en las muertes. Su olfato para la verdad la había convertido en una amenaza.

Adrián le susurró a Lucas:

—¿Estás seguro de esto? ¿Ella es la última pieza? —.

Lucas asintió sin dudar.

—Es la única que puede cerrar este ciclo. La última que sabe demasiado… Y también la única que podría hacernos caer, además también está el juez y Andréi, tenemos mucho por delante.

Pero antes de que Valeria pudiera responder, el sonido de una patrulla se acercaba, Adrián, quien hasta ahora había permanecido en la puerta, lanzó una botella de gas lacrimógeno en la habitación. La nube comenzó a llenar el aire rápidamente, y en la confusión, Valeria lanzó un golpe desesperado que logró derribar a Sam.

Lucas, sorprendido, retrocedió, pero no lo suficiente. Valeria aprovechó el momento para escapar por la ventana, lanzándose al vacío en un acto de pura supervivencia.

Lucas corrió hacia la ventana, pero era demasiado tarde. Valeria ya estaba corriendo hacia la oscuridad, y el sonido de las sirenas de la policía se acercaba.

—Nos vamos —gritó Lucas, tomando a Sam y a Adrián por el brazo.

Los tres salieron corriendo por la puerta trasera, desapareciendo en la noche, dejando tras de sí una casa vacía y el eco de la risa de Lucas, resonando en la distancia. El juego no había terminado, solo acababa de cambiar de escenario.

Valeria se detuvo al borde del bosque, jadeando, con el corazón a punto de estallar. Había sobrevivido, pero sabía que Lucas no se detendría. Sabía que siempre estaría en su sombra, acechando, esperando su próxima jugada.

Lucas, oculto entre las sombras de un callejón, observaba cómo las luces de la policía iluminaban la casa. Sonrió para sí mismo. El juego continúa y estoy listo para la próxima jugada.

luiscorodelaguila@gmail.com
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