El cuerpo
El día de graduarme llegó, por fin esos largos años de espera valieron la pena, era joven y curioso, con todo el júbilo y las ganas de ser mejor cada día, por ende, tomé la decisión de salir del país para obtener más experiencia, por ello decidí viajar a República Dominicana, en aquel país relativamente, sucedían más casos de homicidios y claramente habría más muertos y más experiencias.
Inmediatamente, me puse en contacto con una amiga que había conocido en un intercambio de universidades, Clara, dominicana de nacimiento, se había graduado ya hace unos años como médico y tenía muchos conocidos en este rubro y por intermedio de ella, pude obtener un puesto en un centro forense a las afueras de Santo Domingo.
Estaba encantado de su gente, su cultura, su gastronomía y sobre todo la forma de tratarte, te hacen sentir como uno más de su familia, tenía una gran expectativa por lo que podría encon- trarme, cuántos casos peculiares podría observar.
Recuerdo que, al llegar al recinto forense, me encontré con un establecimiento reducido, una planta única para cadáveres, la gaveta de información chocaba con la puerta que separaba la sala que recibían los cuerpos.
Lo más sobresaliente de esta morgue, sin duda alguna, eran
sus comentarios de sucesos inexplicables con cadáveres, uno de aquellos relatos fue precisamente del director de aquella morgue, lo que me llamó la atención, no sé si me lo comentó por asustarme o por darme la bienvenida, en fin, no le tomé la más mínima importancia solo eran mitos “así los llamaba”.
El reloj marcaba la una de la madrugada. Aquel día la morgue se encontraba repleta de cuerpos sin vida, cubiertos por sábanas, algunos y otros dentro de bolsas plásticas, los cadáveres cubrían casi toda la superficie de la sala, ya que no era muy extensa, pero si con una altura bien proporcionada.
Al entrar a la sala de autopsias ya se encontraba un paciente reposado en la mesa de acero, el doctor Jiménez se disponía a examinarlo, pero algo que divisó de reojo lo hizo girar rápidamente la cabeza. Una sábana se iba elevando a medida que un cuerpo se erguía hasta quedar sentado. El doctor Jiménez quedó inmóvil.
⸺Muchas veces he visto un cuerpo moverse, pero no de aquella forma ⸺me dijo.
Después de un instante de azoramiento, fue hasta el cadáver que se había sentado de pronto, cuyo fenómeno fue causado por el “rigor mortis”, se acercó cautelosamente y enseguida le quitó la sábana.
Era el cuerpo de un hombre, logré visualizar su rostro, tenía los ojos abiertos y lucían opacos. Los primeros signos de descomposición comenzaban a evidenciarse, por lo tanto, el doctor Jiménez descartó que estuviera vivo. De pronto el cadáver pareció aflojarse y cayó hacia atrás, quedando nuevamente tendido. Aquello sí que era raro, el doctor lo volvió a cubrir y dijo;
⸺¡Qué espasmo muscular tan particular!, si estuviera aquí
algún practicante se llevaría un buen susto.
Pero, un instante después, el que se llevó un susto fue él. El cuerpo que estaba en la mesa de autopsias se había levantado levemente la cabeza y lo miraba, luego de un instante la cabeza cayó pesadamente sobre la mesa. El doctor Jiménez se acercó con prudencia y dudó varias veces antes de examinarlo. Sin duda alguna estaba muerto, entonces, ¿Qué pasaba allí?
Al observar la sala, notamos que otro cuerpo se movía nuevamente, tras un momento de actividad inusual, quedo inerte, como si la energía que lo animaba lo abandonara de golpe. El doctor Jiménez empezó a mirar hacia todos lados.
⸺¿Qué muerto se moverá ahora? ⸺dijo.
Detuvo su mirada en una especie de humo que formaba un contorno humano no muy bien definido. La figura espectral avanzaba entre los muertos y desapareció al atravesar una pared, dejando al doctor Jiménez terriblemente asustado y ni que decir de mí, yo había presenciado todo el acto macabro.
Al reponernos un poco de lo sucedido, nos quitamos los guantes, el doctor Jiménez los arrojó sin acertar el basurero, se lavó apresuradamente las manos mientras yo miraba sobre su hombro. Sin duda alguna tenía que marcharme de allí lo antes posible. Las piernas me temblaban y no podría pronunciar ni una sola palabra, el doctor Jiménez salió al corredor caminando lo más rápido que podía, yo atrás de él lo seguía sigilosamente, en su apuro casi chocó con un hombre que se iba ajustando la camisa.
El hombre lo miró y sonrió extrañamente, para luego saludarlo con un gesto y seguir su camino. Detrás del tipo corría un doctor, y al ver que no lo iba a alcanzar se detuvo y gritó:
⸺¡Señor!, ¡no se vaya aún!, ¡tenemos que hacerle algunas pruebas!
Pero era inútil, el sujeto se marchó sin voltear.
⸺¡Increíble, se fue! ⸺dijo aquel doctor dirigiéndose a Jiménez y seguidamente le preguntó;
⸺¿Usted lo conoce?, vi que el tipo lo saludó.
⸺¡No!, no lo conozco ⸺contestó algo inseguro, pues, aunque no recordaba la cara del tipo, de alguna forma sentía que lo había visto antes.
El doctor agregó que estuvo en el hospital ubicado al lado del recinto forense.
⸺Aquel sujeto había ingresado con un paro cardíaco. Intentamos reanimarlo, pero no pudimos, por ello lo trajimos acá, lo declaramos muerto exactamente hace veinte minutos, al querer moverlo de lugar se levantó como si nada y ya ves, se marchó.
⸺¿Es en serio? ⸺preguntó.
⸺¡Si!, ¡sí! ⸺le respondió.
Al escuchar aquello, conjeture rápidamente, recordando detalles de lo que acababa de sucedernos en la sala de autopsias y en aquel pasillo, que, lo que andaba recorriendo la morgue, buscaba un cuerpo fresco, solamente logrando reanimar a medias a los que no lo estaban, pero al buscar en otro lugar halló a uno, y al marcharse en su cuerpo nuevo, cruzó por el pasillo sonrió y se marchó, como si de algo casual pasara.
Jamás olvido este suceso y de vez en cuando vagan remotos recuerdos, recuerdos que los tengo presente como si hubiera pasado ayer, tal vez te preguntas, ¿Qué hubiera hecho yo en tu lugar?, no lo pienses, pues te aseguro que morirás en el intento.