CAPÍTULO III

La primera noche

En el momento preciso en el que decidí formarme como mé- dico, revelo que entré en una etapa de completa y absoluta ig- norancia, de lo que me aguardaba esta aventura en la que elegí encaminarme.

Es acertado decir que todos tenemos distintas opiniones y las impresiones no siempre serán de tu agrado, peor aún si es constante escuchar decir que; “es muy difícil esta carrera”, es- tarás toda la vida estudiando, no existirán momentos buenos y abundarán los malos, ¿estás seguro si en verdad merece la pena seguir este camino?, etc.

Todas estas exclamaciones las tragaba como licor amargo y respondía, concretamente, ⸺hasta que no lo experimentes tú mismo, no sabrás de verdad lo que encontrarás.

Reiteraba estas palabras, ya que era las palabras de fuerza que me decía mi madre, cuando me creía derrumbado y  perdido.

⸺Recuerda que, en ocasiones, el camino será arduo, embustero y muchas veces infiel. Pero nunca te rindas, sé firme en tus decisiones y cumple tus sueños sin importar cuán lejos lo veas.

Inicialmente, mientras estudiaba medicina, decidí ser “Téc- nico Auxiliar Tanatológico”, y que a los años esta denominación fue cambiada por la de “Auxiliar forense”, puse todo mi empeño

en todo ese tiempo, con el único propósito de ampliar mis cono- cimientos y obtener una poca de experiencia en el campo de la medicina forense.

Me encantaba desempeñarme como eviscerador, trabajo que lo realizaba en aquel centro Anatómico Forense (Morgue), que se ubicaba a las afueras de la ciudad de Madrid, su sala de autop- sias, se volvió especial en mi día a día, ya que adquiría nuevos conocimientos sobre suturas y cortes, además de reconocer tí- picas muertes.

Aquel centro forense era peculiar, siempre al llegar al edificio de tres plantas “sollozaba el lamento”, se sentía esa vibra so- brenatural, me perdía entre las puertas de acero que rechinaban cada vez que el aire lo azotaba.

Siempre solía utilizar las escaleras, ya que me encantaba es- cuchar las historias de terror, que contaba uno de los doctores veteranos encargados de aquella morgue judicial, y que solía recorrer siempre al llegar a su turno, con paso lento, bajaba los escalones desgastados por los años, que conducían a un pasillo largo y oscuro, al recorrerlo después de tres minutos, se encontraba la sala de autopsias.

No tomaba ni diez minutos en realizar todo el recorrido y en todo ese pequeño tiempo, mi curiosidad crecía por los tremendos relatos y advertencias recalcadas, que solía decir el médico de- cano, pero un día de aquellos, jamás esperé vivirlo.

Se me hacía ya costumbre, escuchar cada vez al entrar en algún nuevo lugar donde reposaban cadáveres, cuentos, relatos, o leyendas que narraban los antiguos médicos y residentes, al abordar cualquier recinto forense y este lugar no era la excep- ción. Se decía que rondaba un espíritu juguetón, que escondía las herramientas de trabajo, te empujaba o en ocasiones podrías sentir su aliento junto a ti, jamás pensé que esto sucedería.

El recuerdo quedó grabado para siempre, era un día de esos muy agitados, acababan de llegar dos cuerpos que habían sido encontrados en el basurero municipal, en un cubo de plástico de residuos tóxicos, ambos cuerpos descuartizados, “era tan espe- luznante el panorama”, que ya en mi mente revivían toda clase de películas de terror.

Pero agradecía infinitamente la oportunidad que tenía al ha- berlos traído en mi turno, ya que así podría cobrar esa poca experiencia con estos tipos de homicidios. Claramente, había que suturar y reconstruir cada parte de su cuerpo, sin excepción alguna y, sin más preámbulos por órdenes de mí en ese momento jefe, me puse manos a la obra.

Prepare mis agujas, hilos, tijeras, pinzas, etc. Acto siguiente empecé a unir a uno de ellos, empecé por los miembros infe- riores, para obtener una mejor vista del cuerpo, hasta culminar con la cabeza, después seguí con el otro. Tras largas y agota- doras horas culminé con mi labor, para ser exactos fueron tres las horas que utilicé.

Me tomé todo este tiempo con el único propósito que cada cuerpo quedase presentable para el estudio de los médicos. Al poco rato, después de haber terminado con los cuerpos descuar- tizados, llegó un cadáver que había sido encontrado en un canal de desagüe, tenía días desde su muerte, estaba cubierto de gu- sanos, experimentando la fase de putrefacción.

Me tocó por orden del médico forense quitar los gusanos y limpiar el cuerpo, mientras que él seguiría investigando los otros cuerpos.

No me di cuenta cuando salió el médico de la sala de autop- sias, solo estaba dedicándome a la labor de quitarle de encima esos molestos inquilinos, a aquel cuerpo de piel negra y malo- liente. El tiempo corría en mi contra, puesto que tenía que acabar

e irme a casa, para inmediatamente partir hacia la universidad.

Me concentré específicamente en el cuerpo, para que no se quedara ni una sola larva dentro de él. Repentinamente, sentí una respiración cercana a mí, al voltear no había nadie y pude percatarme que el médico que me acompañaba había salido y no me había dado cuenta de ese momento, minutos después escuché que alguien me dijo;

⸺¿Quieres que te ayudé?, ¿eh?, ¿eh? Dime… ¡Apúrate! Te

paso otras pinzas, ¿o quieres la caja de los guantes? ¡Eh!

⸺¡No gracias! ⸺le respondí.

⸺¿En verdad no quieres que te ayude? ⸺Volvió a preguntar.

⸺¡Ya te dije que no! ⸺con voz ya alterada le respondí.

Creía que era uno de los residentes que solían merodear las salas de autopsias, pero al voltear no había nadie. Me quedé pe- trificado, sin tener alguna explicación de lo que había sucedido ese día.

Al día siguiente regresé al recinto forense, a cubrir las horas que me faltaban en la semana. Para mi suerte estaba al máximo de capacidad la morgue. Todos ellos víctimas de una balacera, no se podía ni caminar por el recinto.

Yo encantado de presenciar tremendo panorama, ingrese rá-

pidamente, esquivando cuerpos y tratando de no pisar sus fluidos.

Por vez primera utilicé el ascensor, aprovechando que tras- ladaban algunos cuerpos, me subí sigilosamente, asegurándome que podría entrar sin complicaciones.

Intentaba tener la mente libre de preocupaciones, ya que en

los próximos minutos estarían entre mis manos. Mientras bajá- bamos al subnivel tres, melancólico, extrañaba los relatos y ad- vertencias de aquel médico veterano, lo echaba de menos, puesto que sus palabras de aliento al finalizar sus historias me llenaban de una inmensa tranquilidad y seguridad.

Recorrí rápidamente el pasillo, en un abrir y cerrar de ojos estaba ya en la sala de autopsias, me encontraba listo y pre- parado para empezar mi labor, tenía como ya lo sabía, cuatro cuerpos sobre las mesas esperándome sin apuro alguno, todos los que se encontraban en este lugar a mi llegada salieron ca- bizbajos, temerosos. Era normal, ya que entre los cuerpos se ha- llaban menores. Con paso ligero en un momento me dejaron solo, el doctor a cargo los acompaño, tenía que llenar varios informes, el tiempo es oro en este lugar.

El clima cambió por completo y repentinamente empecé a ex- perimentar sucesos extraños en esta sala. Las herramientas de trabajo apoyadas en la bandeja eran cambiadas de un lugar a otro, el hilo lo tiraban a propósito, se cambiaban de posición las camillas, inmediatamente mis expresiones empezaron a cambiar, mi cara estaba totalmente pálida y fría, lo notaba por mi reflejo en la mesa de acero.

Aún mantenía la calma, la razón señalaba que era producto de mi imaginación, del cansancio, del trajín, de mis días abru- mados y colmados de libros. Pero no era así, la realidad era otra. Opté por bromear y decir, si hay alguien en este lugar manifiés- tese, yo muy seguro de que no pasaría nada y de pronto ocurrió lo que nunca quise y nadie querrá. ¡Se apareció!

Lo pude ver. Era un joven de unos dieciocho años, un espíritu juguetón. Así lo llamaban, me refugié en mis principios católicos, empecé a rezar, cerré mis ojos y todo volvió a la normalidad, pensé que era el cansancio que me estaba haciendo una mala ju- gada, simplemente no pensé más en lo sucedido, si lo comentaba seguro se iban a reír de mí y por ende atiné a callar y seguir en

lo mío. El doctor volvió a los minutos, estaba muy apurado por la masiva cantidad de cuerpos que ese día acogía la morgue, presuroso me dijo;

⸺Luis, acércame todos los instrumentos necesarios para

realizar la autopsia.

Confieso que mi mente estaba un poco ida. En aquel momento intentaba sacar de mis entrañas a aquel chico. Ingresé rápida- mente para comenzar la autopsia. Levanté la mirada hacia el doctor y no podía creerlo, lo estaba viendo.

Esta vez se hallaba al lado del Doctor, el mismo joven que minutos antes se había presentado, empecé a tartamudear, las palabras no fluían, después de unos segundos, intenté decirle que, ¡había un espíritu a su lado!

Él, viendo mi gesto de horror y sin poder soltar ni una sola palabra, me dijo;

⸺¿Ya lo viste Luis?

⸺¡Sí! ⸺rápidamente le respondí acentuando con la cabeza.

El doctor volteó la cabeza y dijo;

⸺Ya fue suficiente por hoy, ¡vete y déjanos trabajar!

Y simplemente desapareció. Desde aquel momento, mi vida cambio por completo, empecé a oír y experimentar miles de su- cesos sin explicación, anécdotas que al más débil puede afectar psicológicamente, elegí este camino y empecé a amar la muerte, desde ese momento prometí que jamás dejaré de plasmar sobre papel mis experiencias sin explicación en la Morgue.

luiscorodelaguila@gmail.com
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