EL HOMBRE QUE NACIÓ DE UN CADÁVER

La muerte acompañaba a Adrián incluso desde antes de llegar a este mundo. Adrían aun no nacía cuando su madre, Erica, se volvió la rehén de un psicópata; la policía trató de negociar con el criminal durante horas, quien apretaba peligrosamente un filoso cuchillo contra el cuello de Erica. Un francotirador desde las alturas finalmente abrió fuego contra el psicópata al ver lo que creyó una apertura para un disparo seguro, pero fue demasiado lento; el cuchillo del asesino ya se deslizaba por la garganta de Erica cuando la bala salía del cañón del rifle. Así, captor y rehén, murieron juntos.

El cuerpo de Erica fue identificado y llevado a la morgue con el fin de remover el feto y preparar el cadáver de la mujer para su entierro. Grande fue la sorpresa del morguero cuando al retirar el feto, este lloró, contradecía toda lógica, la mujer llevaba varias horas muerta, el bebe debería haberse asfixiado hace mucho. Así es como Adrían nació de los restos de su madre, rodeado de cadáveres.

El morguero y su esposa adoptaron a Adrían, le dieron su nombre y su apellido, y le ocultaron la verdad tras su inusual y tétrica llegada al mundo de los vivos.

Adrían se interesó en el ofició de su padre adoptivo desde muy joven, salía del colegio y se iba directamente a la morgue a pasar el resto de la tarde viendo a su padre trabajar y aprendiendo el oficio. Nunca tuvo muchos amigos y aunque era bien parecido, siempre ahuyentaba a las muchachas con sus tétricas anécdotas.

Cuando Adrían estaba por cumplir los trece años, se dirigía como siempre después de clases a la morgue. Cuando Adrían intentó cruzar la calle, no vio la luz roja; un automovilista evito como pudo al muchacho y chocó a gran velocidad contra un semáforo. El conductor no utilizaba cinturón de seguridad, por lo que salió disparado desde su asiento y voló varios metros en el aire antes de rodar varios más en el asfalto. Adrían corrió el lugar en donde el conductor, un joven de no más de veinticinco años, había aterrizado. Una vez al lado del conductor, Adrían se quedó mirando al pobre hombre en silencio, allí en medio de la calle, de pie, sin hacer o decir nada. Cuando el pobre hombre por fin murió, retorciéndose de dolor y ahogándose en un charco de su propia sangre, Adrían perdió el interés, se retiró de allí y fue a ver a su padre como si nada hubiese pasado.

Adrían nunca dijo nada a sus padres adoptivos sobre lo que vio, y algo en el cambió ese día. Ya no le interesaban los aburridos cadáveres de su padre, por lo que dejó de ir a la morgue después de clases. En cambio, Adrían se dedicó a un nuevo hobby, capturar animales para aplastarles el torso de un martillazo o darles una profunda apuñalada en el estomago, y así contemplar como la luz de la vida se desvanecía de los ojos de sus victimas.

Pero Adrían quería ver gente morir, al igual que el automovilista que falleció frente a sus ojos, la muerte de los animales no le complacían. Sin embargo, Adrían era un chico listo, no tenía ningún deseo de arruinar su futuro volviéndose un criminal. Tal fue la obsesión de Adrían con la muerte humana, que durante años puso todo su empeño en los estudios y se volvió paramédico. Una vez trabajando en un hospital publico y ser puesto en emergencias, se dio cuenta que tenía un problema, era demasiado buen doctor, muy rara vez uno de sus pacientes moría, tenía suerte si veía dos muertes dentro del mismo mes. Así que con mucho cuidado, Adrían comenzó a dejar morir a la gente que llegaba en peores condiciones. Ancianos con ataques cardíacos, gente con grandes perdidas de sangre, etcétera; los pacientes de Adrían tenían más oportunidades de sobrevivir sin la interferencia del siniestro doctor. Aún así Adrían sentía que no era suficiente.

Un día, un medico se acercó a Adrían y le pidió conversar en privado.

-Colega, he notado cierto patrón en los pacientes que han fallecido bajo tu cuidado -el doctor hizo una pausa-. Los has dejado morir ¿No es así?

Adrían sintió como su corazón comenzaba a latir de manera acelerada, pero su colega lo tranquilizó de inmediato. El medico le explico a Adrían que no estaba solo, que muchos médicos son como él y que han estudiado medicina con el fin de satisfacer su sed de muerte o la han descubierto una vez ya han egresado de la universidad.

El médico le dio a Adrían un par de consejos para que no fuese atrapado fácilmente y al mismo tiempo aumentar su cuota de fallecidos, y se despidió, como si nada hubiese pasado. Hasta el día de hoy Adrían sigue trabajando de paramédico, ayudando a la gente que ya tiene el pie derecho en la tumba a poner también el izquierdo. Algo más que es necesario agregar a esta historia es que Adrían, desde el día que mantuvo la conversación con su colega, tuvo mucho cuidado de no caer enfermo o lesionarse, pues ya sabía que el termino “matasanos” era más serio de lo que cualquiera de vosotros imagináis. Seguid el ejemplo de Adrían y cuidate, nunca sabes si tu doctor espera con ansias a que le des una oportunidad para poder acabar con tu vida.

DOC. LUIS CORONADO

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