CAPÍTULO IV

Prácticas médicas

Admito que fue caótico, pero a la vez una placentera travesía, ya habían pasado seis años desde el primer día en la universidad. Empezaba a percibir el final de esta demencia, tenía claro lo que me gustaba y lo que no, todas las opciones me señalaban el ca- mino a seguir.

Ya en breve sería médico, y tendría que empezar a prepa- rarme para algo que, desde el primer día, parecía muy distante, pero que por fin llegaba; “El MIR”.

El descenso o también conocida en finas palabras como el examen de la muerte. Una prueba donde arriesgas todo, es el momento exacto donde se determinará por cuál especialidad podrás optar, la decisión final, en lo que te desempeñaras por el resto de tu vida muy probablemente.

Mi madre solía recordarme que los últimos metros de una carrera de fondo, siempre son los más complicados. Así que, aunque me encontrara agotado, cansado, fatigado, consumido en resumen “medio muerto”, en esos momentos de angustia, para calmar mis ansias, repetía constantemente, “vas a ser médico”, para darme ánimo y sobrellevar el día.

Este sueño, que en ocasiones lo sentí muy lejos, estaba a punto de cumplirse. Recordé con nostalgia a mi tío y aquel día que inocentemente juramos guardar “nuestro secreto” para que

mi madre, ahora mi máximo apoyo y admiradora, no le reprochara lo que le enseñaba a su pequeño hijo.

Llego el momento de las prácticas, mi inscripción fue demasiado tarde y tuve que acomodarme en el turno nocturno en una morgue ubicada a las afueras de la ciudad.

Era de noche cuando me recibió el director del hospital, es- taba acomodándome en el recinto, conociendo los espacios, mi- nutos después de volver de la sala de autopsias me crucé con el director y muy serio exclamo diciendo;

⸺¡Siempre carga una cruz!, te iría mejor si eres creyente

⸺me dijo.

A mí me pareció extraño el comentario, pues estaba con la adrenalina al tope por empezar con el trabajo, así que no le puse atención a lo dicho.

En la primera semana de prácticas, todo marchaba tranquilo y sin apuros, siempre nos recordaban que, arriba de la puerta había un foco de color rojo y cuando se veía encendido es porque un cuerpo se había movido o se había levantado.

Y sin excusa alguna teníamos que apresurarnos a revisar. Desde luego no se me hizo extraño, y siempre que lo nombraban en cualquier conversación atinaba a responder:

⸺Está comprobado que después de la muerte un cuerpo puede moverse, son reflejos involuntarios producidos por el “rigor mortis”, «rigidez de la muerte», es un signo reconocible de la muerte, que es causado por un cambio químico en los músculos que causa un estado de rigidez.

Incluso sueltan gases, orinan, defecan y hasta pueden eyacular en algunas ocasiones. Estos comportamientos los he visto a menudo

en el tiempo que ayudaba a mi tío en su funeraria y lo comprobé cuando trabajaba como auxiliar forense, en conclusión, es un comportamiento normal.

A lo que mi compañero respondió;

⸺Pero, ten cuidado, ¡no te vaya a tocar ver algo más!

Siempre sarcástico y con voluntad de implantar miedo entre los demás.

Una tarde lluviosa, llegué presuroso al hospital, el estrés  y cansancio de la noche pasada me había ganado y esto provocó que me quedara dormido. Al llegar al recinto, se veía todo normal, me vestí y rápidamente me apresuré a bajar a la sala de autopsias.

Me incorporé a mis labores, al entrar a la sala pude observar que sobre la mesa reposaba el cuerpo de una anciana cuyo ca- dáver fue encontrado junto a un charco de sangre en el salón de su inmueble, cinco días después de haber fallecido.

La autopsia practicada hace unas horas, revelo que murió   consecuencia de golpes en la cabeza, exactamente en el lado temporal derecho, además sufrió varias laceraciones en el cuero cabelludo y también una lesión en un hombro, así como fracturas en costillas y en clavícula. Un cuerpo digno de una película de terror.

Tras culminar de leer el informe correspondiente, estaba a punto de guardar el cuerpo, en ese momento vi que se encendió aquel foco rojo tan recalcado por mis superiores.

Me acerqué presuroso, al llegar visualicé que a un costado se encontraba el cuerpo de un joven, tumbado en una de las cami- llas del hospital, no estaba seguro quien lo había dejado aquí, me

acerqué para moverlo de lugar, pues aquel foco no paraba de parpadear, en ese preciso momento que me ubiqué delante de él, aquel cuerpo ya sin vida se sentó de un solo movimiento, estaba cubierto con una sábana blanca, común de los hospitales, sin sorpresa alguna comprendía que el movimiento fue realizado  por el rigor mortis.

Algo me alertó en ese momento, ya que el movimiento de su quijada bruscamente no era normal, me alejé lentamente, sentía la sensación de espanto, sentí un frío increíble en mi espalda, ya estaba tardando demasiado ese impulso nervioso del miedo, intenté calmarme, me acerqué nuevamente, pero esta vez con todos mis sentidos en alerta, traté de acostarlo de nuevo, pero una voz sigilosa salió de él diciendo:

⸺¡Luis!, ¡Luis!

Mi cuerpo adquirió una rigidez espantosa, “me quedé petrificado”. Justo en ese momento mi compañero entró, al ver mi fascia pálida, mirando fijamente el cuerpo desconcertado, exclamo diciendo; ⸺¡Hay que rezarle!

Mi mente quedó vagando por unos minutos, él por su parte comenzó a rezar un padre nuestro. No sabía qué pensar en ese momento.

En un instante reincorporé mis sentidos, muy exaltado por lo acontecido, le dije;

⸺¡No lo puedo creer!, ¡está vivo!, ¡está vivo!, ¡ayúdame a

reanimarlo!

Mi compañero me miro y respondió:

⸺No Luis, estás equivocado, a este yo le hice la autopsia en

la tarde, ¡no está vivo!, trata de calmarte.

En ese instante sentí como se me heló la sangre, ¿cómo es posible? ¡No lo podía creer!

El noto, mi expresión de terror y enseguida trató de calmarme;

⸺Trataré de explicarte una experiencia personal, podrás tal vez creerme o tomarme como loco. Hace ya varios años, en esta morgue en específico, hay casos de apariciones, algunos cuerpos hablan, lloran, gritan, incluso a mí me tocó ver como uno se le- vantó de esa misma plancha y dio dos pasos para después caer al suelo, hoy te tocó a ti.

En tono de burla agregó un sarcástico y melancólico:

⸺¡Felicidades! Ahora necesitas tomar un poco de aire, re- ponte rápido, ¡tenemos mucho trabajo!

Yo seguía sorprendido, pero ¿por qué? ⸺le pregunté.

A lo que me contestó;

⸺Hay una teoría, no sé si creas, pero dicen que acá al lado del hospital vivía una bruja,curandera o llámala como quieras, se sospechaba que ella de una u otra manera echaba maldiciones y maleficios a los enfermos, pues siempre se metía al hospital y se paraba frente a la cama de un paciente y le decía tú vas a morir.

Acto seguido el paciente no pasaba de esa noche en el hos- pital, los familiares de un enfermo se quejaron, pues después de que ella le dijo eso a su paciente este tuvo un ataque al corazón y murió. El hospital tomó cartas en el asunto y la mandó a una casa para ancianos, pero ella maldijo este hospital, dijo que todos los que murieran aquí aún muertos no descansarían y esta morgue es muy conocida por eso.

Regresé a mi casa acabando mi servicio, no sabía qué pensar,

dejé las cosas pasar. Ya había olvidado por completo aquel momento incómodo vivido con ese cuerpo.

Días después me tocó hacer un servicio en la misma sala de aquella vez, en esta ocasión trabajaría con una niña que desgraciadamente falleció la noche anterior y tenía aproximadamente siete años.

Aquella niña, acababa de salir de la casa de sus abuelos, cuando fue raptada, el cuerpo apareció días después cerca de un basural, presentaba claramente cortes profundos en distintas partes de su cuerpo acompañado de una marca común en la garganta producido por el estrangulamiento, un terrible caso que tendría que investigar.

Preparé los instrumentos adecuados, bisturí, tijeras de corte, agujas, etc. Estaba completamente solo, así que iría a mi ritmo sin prisa alguna. Comencé con la incisión en el tórax, de pronto sentí como me agarraron la mano que tenía recargada en la plancha, me la sujetaron con fuerza.

La mano era de la niña, estaba fría y dura, y peor aún ella habla y me dijo;

⸺¿Mi mamá?, ¿dónde está mi mamá?

Yo pegué un grito y caí al suelo, arrastrándome, pude ponerme de pie y salir de ese lugar, eso me convenció de que, lo que pasaba en esa morgue no era normal, salí a la calle para tomar el aire, la angustia y los nervios se apoderaron de mí, pedí a mi compañero que acabara con la autopsia, realmente no me encontraba bien, volví a casa y por suerte era el último día de prácticas, desde luego nunca más quise volver a ese lugar.

Después de unos días, encontré a mi compañero, al que le pedí realizar dicha autopsia y  pregunté por aquella niña. Él argumentó que, según la autopsia, ella sufrió abusos sexuales y murió asfixiada.

Aunque estoy listo para afrontar lo que viene, en lo más profundo de mis entrañas quedara marcado, cada suceso vivido.

luiscorodelaguila@gmail.com
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