En una ciudad marcada por el misterio y la tragedia, había un antiguo edificio que albergaba la memoria de un oscuro secreto. Se decía que en sus pasillos resonaban los ecos de un crimen que nunca se resolvió: el asesinato de un destacado político, que había sido encontrado muerto en su oficina, con un extraño símbolo grabado en su escritorio. A pesar de la extensa investigación, el caso había quedado sin resolver, y el miedo se había apoderado de los residentes.
Años más tarde, un joven periodista llamado Javier llegó a la ciudad con el objetivo de descubrir la verdad detrás de la leyenda del político asesinado. La curiosidad lo llevó a investigar la historia del edificio, y pronto se enteró de que había un último testigo, una anciana llamada Doña Clara, quien había vivido en el barrio durante décadas. Se decía que ella había presenciado la noche del crimen, pero nadie se atrevía a hablar con ella, temerosos de los rumores que la rodeaban.
Determinante, Javier se dirigió a la casa de Doña Clara, ubicada en una calle solitaria. La puerta estaba entreabierta, y al entrar, se encontró con una vivienda llena de sombras y recuerdos. La anciana, de cabello canoso y ojos penetrantes, lo recibió con una mirada que parecía atravesar su alma.
—He estado esperando a alguien como tú —dijo Doña Clara, su voz temblorosa pero clara—. El pasado tiene una forma de seguir vivo, y algunos secretos deben ser contados.
Mientras se sentaban a la mesa, Doña Clara comenzó a relatar la historia de aquella noche fatídica. Había oído ruidos extraños, pasos pesados y, lo más inquietante, el murmullo de una discusión acalorada. Cuando se asomó por la ventana, vio sombras moviéndose en la oscuridad y, en un instante, un destello de luz que iluminó el rostro del político.
—Él estaba muy asustado, y algo le decía que no iba a salir con vida —recordó la anciana, su mirada perdida en el tiempo—. Lo que nunca conté fue que vi a alguien salir del edificio esa noche, pero no podía identificarlo. Solo sé que dejó un símbolo en el suelo… el mismo que encontré años después en una pared de la ciudad.
Javier sintió un escalofrío recorrer su espalda. La anciana le mostró un viejo recorte de periódico con el símbolo y, al observarlo más de cerca, se dio cuenta de que era un antiguo emblema de una sociedad secreta. Intrigado, preguntó:
—¿Qué era esa sociedad?
Doña Clara miró hacia la ventana, como si las sombras del pasado la estuvieran llamando.
—Una sociedad que buscaba el poder a cualquier precio. El político quería denunciarlos, y eso le costó la vida.
Con cada palabra, Javier sentía que se acercaba más a la verdad. Sin embargo, el ambiente en la habitación cambió de repente. Una ráfaga de viento hizo que la puerta se cerrara de golpe, y las luces parpadearon. La anciana se tensó y, en un susurro, dijo:
—No están contentos con que hables de esto. El silencio es su mejor aliado.
Justo en ese momento, un fuerte golpe sonó en la puerta principal. Javier, aterrorizado, miró a Doña Clara, que se levantó lentamente, como si hubiera estado esperando este momento.
—Debes irte, joven. No estás preparado para lo que hay detrás de esto. Recuerda, hay verdades que algunos prefieren mantener ocultas.
Sin dudarlo, Javier salió corriendo de la casa, sintiendo que algo oscuro lo seguía. Mientras corría por las calles, su mente estaba llena de imágenes del símbolo, de las sombras y del eco de las palabras de Doña Clara.
Poco después, Javier decidió que su misión no había terminado. La historia debía ser contada, pero sabía que tendría que enfrentarse a fuerzas más allá de su comprensión. Con su grabadora en mano y el símbolo en el corazón, se adentró en la oscuridad, decidido a desenmascarar la verdad detrás del asesinato y descubrir quiénes eran los verdaderos responsables.
A partir de aquel día, Javier se convirtió en el último testigo de un misterio que nunca debería haber sido olvidado, enfrentándose a las sombras que acechaban en cada esquina, mientras el eco del pasado resonaba en cada paso que daba hacia la verdad.
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