En un hospital a las afueras de la ciudad, había un antiguo pabellón que llevaba años cerrado al público. La planta había sido clausurada tras un incendio que se cobró la vida de varios pacientes y enfermeras, pero los rumores entre el personal decían que no fue solo el fuego lo que llenó de terror aquel lugar. Se decía que algunos pacientes perdidos en el humo murieron de miedo antes que de las llamas, y que sus espíritus aún vagaban por los pasillos en busca de ayuda.
Una noche, Laura, una joven enfermera que trabajaba en el turno nocturno, recibió la extraña tarea de buscar suministros en el almacén del pabellón olvidado. Al principio, dudó en entrar, pues había escuchado las historias y los rumores sobre ruidos extraños, puertas que se cerraban solas y susurros ininteligibles en la oscuridad. Sin embargo, se armó de valor, encendió una linterna y decidió cumplir con la tarea, convencida de que todo era producto de la imaginación de sus compañeros.
El pabellón tenía un aire diferente. Era como si el tiempo se hubiera detenido allí: las camas seguían cubiertas con sábanas quemadas y las paredes estaban manchadas de hollín. El silencio era casi palpable, roto solo por el eco de sus propios pasos. Mientras caminaba por el pasillo, sintió un escalofrío recorrer su espalda al ver una puerta medio abierta. Al acercarse para cerrarla, escuchó un susurro bajo y apenas audible.
—Ayúdame…
Laura se detuvo en seco, su corazón latiendo con fuerza. Trató de convencerse de que su mente le estaba jugando una mala pasada, pero el sonido volvió, esta vez más claro, como un lamento. Decidió asomarse a la habitación y, para su horror, encontró una figura de aspecto pálido y demacrado, sentada en la esquina. Era una mujer de edad avanzada, con el rostro cubierto de cenizas y el cabello enredado. Llevaba una bata de hospital desgastada, como si nunca hubiera abandonado el lugar.
—¿Quién es usted? —preguntó Laura, su voz temblorosa.
—No puedo salir —respondió la mujer, con una voz rasposa y cargada de dolor—. He estado esperando… tanto tiempo…
Antes de que Laura pudiera reaccionar, las luces de la linterna comenzaron a parpadear, y la figura se levantó lentamente, extendiendo una mano huesuda hacia ella. El aire se volvió gélido y un olor a quemado invadió sus sentidos. Retrocediendo, la enfermera salió corriendo del pabellón, dejando caer la linterna en su huida. Al llegar de nuevo al pasillo principal del hospital, trató de explicar lo que había visto, pero nadie le creyó.
Al día siguiente, un grupo de personal de mantenimiento fue enviado al pabellón para buscar la linterna que había dejado atrás. Cuando la encontraron, también hallaron una placa de identificación oxidada en el suelo. Pertenecía a una paciente llamada Margarita González, una de las víctimas del incendio ocurrido veinte años atrás. Según los registros, nunca encontraron su cuerpo.
Desde esa noche, Laura se negó a volver al hospital, pero muchos afirman que aún se pueden escuchar los susurros en el pabellón olvidado, y que la figura de la anciana aparece ocasionalmente, esperando que alguien la ayude a salir de su eterna prisión.